Soy todo oídos

Los domingos a la mañana, mi hermana y yo nos sentábamos al pie de su cama como dos Ulises fascinados por el canto de las sirenas, mientras él entonaba aquellas canciones de su tierra natal, y el rito volvía a embelesarnos, a llenarnos de gozo. La caricia de su voz era un alimento mágico que nutria mi cuerpo y mi alma. Cuando mi papá cantaba yo sentía que todo se transformaba. Al escucharlo cantar me encontraba de repente ante el hombre más tierno del mundo, y me en-cantaba. El ritual era infalible. Su voz de barítono, con un suave trémolo, muy afinada y plena de matices, Nos transportaba hasta el éxtasis. ¿Desde cuándo existía ese ritual? ¿Cuándo comenzó mi cuerpo a registrarlo?

Descubro en un informe sobre la vida intrauterina que el feto, a los cuatro meses y medio tiene un oído completamente desarrollado, tanto en sus aspectos anatómicos y morfológico como a nivel neurológico, es decir, el nervio auditivo está mielinizado y el oído es funcional. El Dr. Tomatis, autor de ¨9 meses en el paraíso¨, define el registro auditivo intrauterino como el murmullo de la vida, y agrega que lo propio del oído no es oír sino saber que es lo que oímos.

La psicoterapeuta reicheana María Montero me aclara la diferencia entre oír y escuchar: para oír es necesario que los mecanismos físicos auditivos funcionen correctamente, pero ello no va a implicar que la persona quiera escuchar. El acto de escucha exige el deseo de entrar en contacto con el otro, con el exterior, y esto le confiere una dimensión psicológica y emocional. El órgano es el oído, pero la escucha necesita de la voluntad de integrar, memorizar, encarnar la estimulación recibida. Escuchar es un acto de apertura del ser al otro y a uno mismo.

Tomatis vuelve a sorprenderme cuando explica que la audición fetal se transmite a través de las vibraciones óseas, comenzando por el oído de la madre, continuando por su columna vertebral hasta llegar al útero, donde el medio acuoso favorece la audición de los sonidos graves.

Entonces imagino a mi padre cantando suavemente al oído de mi madre, y yo, en el éxtasis uterino, navego el ritual cósmico, y dejo de patalear.

Entonces imagino a mi padre cantando suavemente al oído de mi madre, y yo, en el éxtasis uterino, navego el ritual cósmico, y dejo de patalear.

Hoy, al escuchar la grabación que registramos la noche antes de aquella fatal operación, el llanto me desborda. Su voz, como un cuerpo invisible que viaja por el espacio, me vuelve a acariciar, me acuna, me abrazo, y yo lo escucho, y puedo verlo y sentirlo, y estar al pie de su cama reviviendo el ritual junto a mi hermana, escuchando sus canciones, fascinados otra vez, escuchando, escuchando….

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